Una ley de herodes astronómica
Posted on Fri 18 May 2018 in astroaventuras
Este relato se centra en que las cosas no son siempre fáciles para los astrónomos. Algunas veces tenemos que pasar frío, desveladas, y todo para que el clima no coopere. De aquí el título de esta entrada, recordando uno de mis coleciones de relatos favoritos de Ibargüengoitia, "La ley de Herodes". Esta frase viene de un proverbio mexicano que no escribiré aquí por cuestión de principios, pero la idea es que al final las cosas no siempre salen como uno quisiera.
Era enero del 2018, yo regresaba a Turín después de unas vacaciones que había pasado en México. Pasé de disfrutar de un invierno cálido dentro del trópico a los hermosos paisajes de los Alpes nevados en invierno. Yo tenía mucho frío. Pero estaba contento porque a final de mes iría a las paradisiacas Islas Canarias de visita y a realizar observaciones con el Telescopio Nórdico Óptico, en La Palma. El tiempo pasó, y ya en Tenerife disfruté de papas con mojo y tomé muchos barraquitos hasta que llegó el día de ir al observatorio.
Mi amigo y colega Jorge y yo teníamos dos noches de observación en el telescopio. Nos creíamos con suerte, porque días antes hubo una tormenta invernal con mucha nieve que ya había desaparecido. Conforme íbamos subiendo la montaña, un cielo azul nos daba la bienvenida al observatorio. Al acercarnos a nuestro destino, los rastros de la tormenta eran evidentes. Ya que el cielo azul nos recibió con telescopios congelados. La belleza del paisaje no alcanzaba para sanar nuestra decepción al enterarnos que los telescopios no se podían mover por el hielo. Nuestra esperanza era que unos rayos de Sol debilitados por el invierno derritieran ese hielo, lo cual no sucedió.
Llegó la noche, despejada, pero sin observaciones. Es en ese momento cuando los astrónomos de corazón decidimos que el hielo no puede congelar nuestros sueños de descubrir exoplanetas. Esa noche fuimos a dormir temprano, después de haber madurado la loca idea que la mañana siguiente romperíamos ese hielo sea como sea. Un Sol radiante al amanecer marcó el comienzo del hito que fue tallado con picos y palas. Y como seguro están imaginando ahora, el ímpetu duró muy poco. Romper placas de hielo no es nada fácil. Estábamos cansados y aún faltaba descongelar el 80 por ciento del telescopio. Menos mal llegaron refuerzos a ayudarnos. Cuando habíamos removido suficiente hielo, movimos un poco el telescopio y eso nos motivó a todos a terminar la hazaña. Al final, cuando la labor estuvo culminada, era un hecho que podríamos observar esa noche.
Después de una rica cena, fuimos al telescopio, lo encendimos, y todo funcionaba a la perfección. Comenzamos a hacer las calibraciones necesarias previas a las observaciones mientras bromeabamos sobre como pintarían murales de la epopeya de unos astrónomos descongelando un telescopio por el puro amor a la ciencia. Sobre como una pequeña limitación en este planeta no iba a detenernos de encontrar otros. Fue cuando de pronto el detector de humedad se disparó, indicando que una nube se había estacionado en el observatorio. Cuando el pronóstico del clima nos decía que la nube pasaría la noche ahí, el hielo que regresaba a reclamar su telescopio nos indicó que debíamos ir a dormir, sin datos, sin exoplanetas y además cansados.
Nota: Menos mal Jorge y yo logramos escapar al día siguiente, la susodicha nube se quedó estacionada una semana en la montaña dejando una tormenta con mucho más hielo del que vimos al llegar. Cuando nos dimos cuenta de esto mientras bebiamos vino en un guachinche en Tenerife, en ese momento, nos sentimos afortunados.
Este post fue publicado por primera vez en Astronomía Divertida el 18-05-2018.